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En esta ocasión habremos de reflexionar sobre la necesidad del análisis personal en el caso de los psicólogos que han decidido ejercer en el campo de la psicoterapia a quienes desde este punto en adelante llamaremos psicoterapeutas. No obstante, esta reflexión, aunque trata específicamente sobre el caso de los psicoterapeutas se extiende también sobre aquellos psicólogos (as) que ejercen en cualquier otro campo de la psicología.

¿Por qué la necesidad de analizarse? La primera parte de la respuesta se dice fácil: para crecer. Si bien no es correcto hablar en primera persona o ponerse de ejemplo en estos casos, en esta ocasión parece inevitable hacerlo. Así, a lo largo de 15 años de ejercicio docente, quien escribe pudo darse cuenta de una cosa (bueno, de varias) pero sobre todo de una de ellas: nadie estudia psicología en su sano juicio. ¿Qué quiere decir la anterior afirmación? Quiere decir que nadie que estudie psicología lo hace por gusto, o por “ayudar a la gente”, sin duda alguna la persona o personas que estudian psicología lo hacen por necesidad de atender situaciones personales y familiares, las más de las veces situaciones o conflictos que no son obviamente conscientes.

Dicho lo anterior, la afirmación hecha sobre la necesidad de analizarse cobra particular importancia. En las personas que estudian formalmente la licenciatura en psicología podemos encontrar amplios aspectos de su personalidad matizados por lo infantil, esa sería la primera referencia a la necesidad de analizarse, la de crecer en sentido psicológico, lo anterior quiere decir que a lo largo del análisis se habrán de abandonar posturas infantiles que dado su “carácter” matizan de dificultad las relaciones interpersonales del futuro profesional de la psicología.

Crecer en análisis implica muchas cosas, implica el reconocimiento de sentimientos, sensaciones, emociones y actitudes que, desde su “carácter” de infantil o infantilizado representan frecuentemente la posibilidad de mostrarse impulsivos y regresionados. Así la toma de decisiones en la vida adulta temprana exige que la persona adopte una postura lo menos infantilizada posible. Lo precedente dado que, desde una postura infantilizada o infantil es común proyectar exigencias o demandas afectivas y psicológicas que saturan de tensión, ansiedad y estrés la vida cotidiana de las personas.

Ahora bien, específicamente en caso de los futuros profesionales de la psicología, si éstos deciden ejercer la psicoterapia con mayor razón habrán de abandonar aquellas actitudes infantiles, dichas posturas afectivas o actitudes infantilizadas no tendrán la “madurez” necesaria para soportar los embates psicológicos que implica sostener la constancia que exige un proceso psicoterapéutico psicodinámico que dadas sus propiedades resulta frecuentemente de largo plazo.

Freud (1915) consideraba según Sandler (2001) un fenómeno indeseable en el “médico” psicoanalista. El propósito de Freud consistía en que el analista funcionara como una especie de espejo en la situación terapéutica, reflejando mediante sus interpretaciones el significado del material o discurso del analizante (entiéndase paciente). Líneas anteriores se hizo mención del “carácter” infantil de algunas actitudes y emociones en los futuros profesionales de la psicología y la psicoterapia, dichas actitudes y emociones al mantenerse en terrenos de lo infantil no permitirían el cumplimiento del propósito que Freud pretendía sobre los sentimientos del “médico” psicoanalista.

Dada una postura o posición infantilizada en el futuro psicoterapeuta o analista como se prefiera llamarle existe entonces la posibilidad de que gran parte de las características que conforman dicha postura se proyecten en el paciente y que entonces lejos de facilitar la función de “espejo” como pretendía Freud (1915) el analista o psicoterapeuta inunden con sus conflictos personales el escenario analítico, entiéndase la sesión o sesiones y por tanto al proyectarse conviertan en un enorme nudo gordiano la relación con los pacientes.

La tarea de crecer por parte del psicoterapeuta es por demás importante, no solo se trata de crecer por razones profesionales, si no también por razones personales. El crecimiento personal del psicoterapeuta implica perder el miedo a vivir, implica renunciar a estilos de vinculación que no necesariamente son responsabilidad individual del psicoterapeuta. El psicoterapeuta por tanto debe cuestionar en su propio análisis los vínculos mediante los cuales y entre los cuales se ha desarrollado. Crecer exige, vivir exige, el psicoterapeuta por tanto debe abandonar el miedo al dolor de crecer, no como una exigencia super yoica, no desde el deber ser, si no desde la postura de la ética que conlleva hacerse responsable de su historia personal y el discurso que ello conlleva.

En la medida en que el psicoterapeuta crezca personalmente, su labor de espejo mediante la interpretación permitirá liberar de excesos emocionales a sus propios pacientes, les permitirá a la vez crecer. Finalmente, un análisis personal no se puede entender de otra manera. El análisis implica crecimiento.

Por: Mtro. Gustavo Hernández Trejo