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Por Mariana Dicker
Para el Psicoanálisis el sujeto no se agota en sus dimensiones voluntarias y conscientes, está determinado por fuerzas inconscientes, por ello construye modos particulares de acceder a esas subjetivades. Ello trae especificidades ontológicas y epistemológicas que -de hecho- contraen una fuerte relación con los modos de operar de la creación artística. Basta pensar en el lugar asignado a la escucha, a la asociación libre, a la lógicas cómo opera el inconsciente muy afines a los modos de pensamiento de la creación artística. Tanto en la creación artística como en la teoría y práctica psicoanalítica se favorecen combinatorias inesperadas, un juego libre de significantes, la presencia de lo metafórico. En ambos se trabaja con una noción de tiempo que quiebra la linealidad y progreso, más bien se trata de ficcionar, reinventar y reelaborar el pasado en una suerte de ir hacia adelante volviendo hacia atrás. La persona reedita su pasado, no para rememorar linealmente hechos objetivos de dicho pasado, sino para que a partir de trazos, huellas, gestos, pueda construir una ficción con efectos de verdad en torno a su subjetividad. Uno y otro tienen potencia terapéutica, no entendida como algo consolador, suavizante, analgésico. Lo terapéutico, en este contexto, es un viaje por el dolor, el duelo, la pérdida, las crisis existenciales, las complejidades y ambigüedades de la vida. El arte, en su faceta de creación, implica una práctica de sí que involucra los dramas más profundos de la existencia; no se hace arte a pesar de nuestros tragedias, sino justamente por ellas. Afectos, sensibilidades y pulsiones circulan en la práctica artística, tanto desde un plano consciente como desde un plano inconsciente.